La Magia y la Realidad. ¿Cómo Canarias Inspira Mi Escritura?


La Magia y la Realidad. ¿Cómo Canarias Inspira Mi Escritura?


            Escribir... para mí, es un acto de mezclar lo tangible con lo intangible, lo que sabemos con lo que intuimos. En nuestra novela El Valle, esa fusión entre la magia y la realidad no es solo un recurso narrativo, sino una manifestación natural de mi identidad. Nací en Canarias, exactamente en Las Palmas de Gran Canaria. Yo, como muchos de los que nacimos en este rincón del mundo, he vivido rodeado de leyendas, mitos y costumbres que a veces no se entienden muy bien, pero que, con el tiempo, te van marcando. Crecí en sus paisajes y bebí de sus tradiciones. Cuando escribo, todo está empapado de esta tierra, de mi historia por sus caminos, sus palabras y sus costumbres, algunas de ellas tan antiguas como misteriosas.

            La magia no fue algo que descubriera de niña, ¿o sí?. Se suponía que lo primero era la fe, la educación católica y una abuela profundamente religiosa, de las de misa todos los domingos, novenas a cada rato y rezar el rosario a las cinco de la tarde todas en el salón. Apostólica y románica, como se dice, sí, pero con ciertos rituales incluidos en su día a día que, de pequeña, me resultaban extraños. No era algo que cuestionara, solo lo observaba.

             A pesar de su fe, tenía sus “manías”, o eso las llamaba. Manías raras, pero que al final, son las mismas que se han mantenido en muchas casas canarias (y no canarias) por generaciones, esas costumbres que a veces no se explican bien, pero que se hacen por algo,¿no?.

            Magia en la vida real

            Recuerdo, por ejemplo, que cuando la casa parecía estar cargada, o cuando algo no iba bien, mi abuela no dudaba en sahumar con un conjunto de hierbas. No sé qué hierbas eran exactamente, pero el olor a romero y lavanda llenaba la casa y, de alguna manera, traía paz. A mí, de niña, me parecía un ritual extraño, algo que no entendía del todo, sobre todo porque mi abuela nunca hablaba mucho de eso. Simplemente lo hacía, como si fuera lo más normal del mundo. “Para proteger la casa de los machos” decía. Por la noche, cruzaba una escoba detrás de la puerta. Yo no preguntaba, solo veía cómo lo hacía con pasos firmes y ese aire de saber lo que hacía. 

            Lo que sí recuerdo perfectamente es que, cuando alguien no nos caía bien o había alguien en casa que no se debía quedar más tiempo, mi abuela, con toda la naturalidad del mundo, me mandaba al patio de atrás. Me decía que pusiera una escoba boca arriba y pusiera sal sobre sus pelos. “Ya verás cómo se va”, me dijo. Y, aunque nunca comprendí por qué, lo cierto es que siempre funcionaba. Así tal cual. Todo el mundo sabe que, a veces, hay cosas que pasan sin mucha explicación, pero que hay que respetar porque, por alguna razón, funcionan.

            La magia en mi día a día

            Esas costumbres, esas prácticas, que para algunos podían parecer supersticiones o creencias raras (tiene que haber de todo en la viña del señor), se me quedaron grabadas. Con el tiempo, la curiosidad me llevó por otros caminos. Descubrí la Wicca, la mitología celta, el panteón de dioses y las antiguas celebraciones (no tan antiguas, más bien reconvertidas) y los rituales. A medida que leía más sobre estos temas, empecé a entender que mi abuela, no hacía más que seguir un camino que, de alguna forma, ha estado presente en muchas culturas, no solo en la nuestra. La magia, los rituales, las costumbres ancestrales, todo esto se entrelaza en una red de sabiduría que ha pasado de generación en generación, a veces de forma consciente, y otras veces simplemente por costumbre.

            Rituales y festividades.

            Tomemos como ejemplo las hogueras de San Juan: fuego que no se apaga. La noche de San Juan, tal y como la conocemos hoy, con sus hogueras, baños nocturnos en el mar, papeles con deseos quemados y rituales de purificación, es una celebración que esconde en sus brasas una historia mucho más antigua que el propio santo al que se le dedica. Aunque la festividad cristiana honra el nacimiento de San Juan Bautista el veinticuatro de junio, la elección de esta fecha no fue casual: coincidía con el solsticio de verano, momento sagrado para múltiples culturas ancestrales.

            Entre los pueblos celtas, el solsticio se celebraba bajo el nombre de Litha, tiempo en que el sol alcanzaba su punto más alto en el cielo, y comenzaba, lentamente, a descender. Para ayudar al sol en su viaje y mantener alejadas las sombras (literal y simbólicamente) se encendían hogueras sagradas. El fuego, símbolo de protección y transformación, era el centro del ritual. Algunas comunidades también vinculaban estas prácticas con Beltane, festividad celta del uno de mayo, donde el fuego jugaba un papel esencial, pero con un enfoque más orientado a la fertilidad, la unión, la protección del ganado y los cultivos.

            Con la cristianización de Europa, estas celebraciones no desaparecieron: se transformaron. Litha se convirtió en la víspera de San Juan, y las hogueras que antes servían para proteger la tierra y honrar al sol pasaron a ser “fogatas” para conmemorar al santo. Pero en lo profundo de la práctica, el fuego sigue cumpliendo su función original: purificar, espantar lo oscuro, y marcar un nuevo ciclo vital. Así, cada vez que alguien salta una hoguera o lanza un deseo al fuego, está, sin saberlo, participando en un ritual ancestral que ha sobrevivido siglos, disfrazado de fiesta, pero cargado de memoria.

            El valle, un lugar donde escribir lo aprendido

            Cuando escribimos El Valle, quisimos esa reflejar mezcla de lo que es real y lo que es mágico, de cómo en un lugar como Canarias, la línea entre lo tangible y lo intangible es tan delgada que casi no se nota. Porque, al final, la magia no está tan separada de la realidad. Para nosotros Gran Canaria no es solo la mitad del escenario de la historia, es su esencia. Sus leyendas, sus rituales cotidianos, sus palabras forman parte de la narración, entrelazando lo que siempre estuvo ahí con lo que fui descubriendo a lo largo de los años. En la novela, aunque la mitad de los personajes y sus historias son ficticias, todo está impregnado de ese aire místico que forma parte de nuestra cultura. ¿Y cómo no va a estarlo? Si aquí, en cada rincón de la isla, en cada casa, se guardan secretos, leyendas y prácticas que nacen de un sinfín de creencias que nos han acompañado desde siempre. Las historias de brujas, de hechizos y de lugares misteriosos son algo tan nuestro como el gofio o las papas arrugás.

            El libro no solo habla de un mundo fantástico, sino de cómo lo cotidiano puede convertirse en algo extraordinario si sabes mirarlo desde otra perspectiva y dejarte llevar.

            Entendiendo que la magia no es solo un conjunto de hechizos o rituales, sino una forma de conectar con lo que no vemos, pero sentimos, desde las prácticas más cotidianas. Como la abuela, muy devota, pero que por otro lado, hacía cosas como esas para protegernos de algo que ni ella misma sabía cómo explicar. 

            Así que sí, la magia está en Canarias, como en muchos otros lugares, y en nuestra escritura, porque está en nuestras vidas. No la inventé, la aprendí aquí, entre las montañas y las costas, en las palabras y actos de mi abuela y en las historias que contaban las vecinas. En El Valle, quisimos reflejar esa conexión, esa magia que está en las raíces de nuestra tierra, en nuestras costumbres y en las historias que, de generación en generación seguimos contando.


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